sábado, 29 de marzo de 2008

Mejor te lo digo con canciones



Sábado en la Ciudad de Buenos Aires, sábado sin nada especial para hacer pero con muchas cosas que debería hacer. Me digo que no, que mejor en otro momento y me dedico a organizar mi música, esa bendita música que me acompaña en el transcurso por la vida, que es tan esencial, tan importante, tan necesaria.

Y pensé que muchas veces cuando no se que quiero decir o como decirlo, se me vienen a la cabeza infinita cantidad de canciones que marcaron mi vida, que dejaron su huella, ya sea porque me identifiqué con esas letras por un momento determinado de mi existencia o sencillamente porque me estremecieron hasta la última célula de mi cuerpo. Y me di cuenta cuantas y que bellas eran esas canciones y como, a veces, dicen lo que tenemos para decir de la mejor forma, de la más bella, de la más directa.

Cuantas veces habré pensado que como a toda mujer "me emociona una flor, un te quiero, mil cosas" y canté con lágrimas en los ojos que "vivo en el número 7, calle melancolía, hace rato quiero mudarme al barrio de la alegría, pero siempre que lo intento, ha salido ya el tranvía"

Y entonces escucho a Caperucita decir “Quiero volar, lejos de aquí escapar / Dime, mi bien, quién me llorará / si me dan alas y echo a volar” y pienso como me gustaría probar otra vida, como desearía vivir otras existencias, para poder disfrutar el vientecillo de la libertad golpeándome la cara desde siempre. Quien pudiera ser como el que canta la canción del Pirata Cojo que declara que “como es gratis soñar y no creo en la reencarnación, partiré de viaje enseguida a vivir otras vidas o probarme otros nombres, a probarme el traje y la piel de todos los hombres que nunca seré”.

Pero me digo que con eso no gana nada, porque la vida es hoy, es ésta y si bien podría ser un poco mejor no me puedo quejar, estoy rodeada de amor, cariño, afecto, de la familia y los amigos. Porque finalmente he podido decidir que un título no me condiciona y que no tengo porque dar explicaciones ante mi negativa al ejercicio de la profesión, porque puedo ser abogada aunque no me meta dentro de un traje sastre y patee Tribunales. Porque puedo ayudar con mi conocimiento desde otro lugar, desde lo que me gusta, desde mi identificación con mis iguales, con mis compañeros de lucha y esto es porque está claro “que no hay camino, se hace camino al andar”.

Cuando pienso en los amigos se me viene a la cabeza que “Decir amigo / no se hace extraño /cuando se tiene / sed de veinte años” y que alguna vez pensé que me hubiera gustado competir con Roberto Carlos y tener un millón de amigos, pero pensándolo bien, mejor me quedo con los que tengo ahora y los que conoceré en los años por venir, que seguramente será mucho mejor que acumular y no poder brindarles el tiempo que cada uno de ellos se merece.

Y si pienso en el amor, claro que puedo decir aunque me ruborice que “Te veo y me declaro culpable / de desear tu presencia / más que desear la paz”, porque a pesar de no tener claro que es lo que sentís por mí, si sólo me querés como una amiga o una compañera porque "en realidad entiendo sólo nos queremos", siento que no te soy indiferente. Y no, no me conformo, pero me aferro a eso como un náufrago a su salvavidas. Tengo en claro que no quiero “ir por tu vida de visita, vestida para la ocasión” y que sin dudarlo, “preferiría con el tiempo reconocerme sin rubor”.

Si, ya se, esta última canción no te hace justicia, porque vos, justamente vos, me pedís que siempre piense en voz alta, que eso es por mi bien, aunque a veces prefieras que me quede muda, aunque sea por un rato no? Algún día voy a juntar valor y te voy a decir que “puedo ponerme digna y decir toma mi dirección cuando te hartes de amores baratos, de un rato, me llamas”.

El sábado va llegando a su fin, el domingo llega en el exacto tiempo que le lleva irse al sábado. Y ahora, habiendo compartido con ustedes estas reflexiones me voy a la cama, donde me aguarda “La tieta de Agreste” de Jorge Amado y pensando que mañana domingo debo “Pelea por lo que quieres / y no desesperes / si algo no anda bien. / Hoy puede ser un gran día / y mañana también.”

Hasta otro momento! Y recuerden que por más que piensen “que soy fea, que camino a lo malevo que soy chueca y que me muevo con un aire compadrón” yo les voy a decir, mientras hago un mohín a lo Merello que “si fea soy, pongámosle, que de eso aún no me enteré, más la fealdad que Dios me dio mucha mujer me la envidió y no dirán que me engrupí porque modesta siempre fui … YO SOY ASÍ”

sábado, 22 de marzo de 2008

Historia triste


Por Rodrigo Fresán Desde Barcelona
UNO
Las historias felices –esas en las que las personas, de pronto y sin aviso, dicen algo así como “Déjame que te lo explique” y se ponen a cantar y a bailar– siempre aparecen barnizadas por una pátina de inverosimilitud. Para eso y por eso, insisto, se inventaron las comedias musicales: para que la felicidad transcurra y crezca en una especie de dimensión paralela y orquestada y technicolor.
Las historias tristes, en cambio, son inmediatamente creíbles. Estamos más y mejor preparados para aceptar la desgracia y supongo que eso es lo que nos distingue (descontando a aquellos patrocinados por los Disney Studios) de los animales. Y –ya que estamos en tema– nuestra tan mentada superioridad como raza y espécimen es más que relativa. La otra noche volví a ver por televisión un documental donde se explicaba que el paso de los milenios había erosionado por completo nuestro instinto de supervivencia. En el documental se decía que, si se colocaba a un número indeterminado de animales dentro de una habitación con varias puertas y se iniciaba en el otro extremo del recinto un fuego, los animales, a la hora de la huida, se distribuirían automática y armoniosamente y utilizarían todas las puertas para salir. De repetirse el mismo experimento con seres humanos, sentenciaba la ominosa voz en off, todos correrían desesperados hacia una sola de las salidas, ignorando las demás, para morir atrapados. Qué triste. Después, cambiando de canal, en el noticiero, me enteré de que se había venido abajo un viejo edificio en Santander. El locutor contó entonces una historia triste que es la que voy a contar yo ahora y que, en principio, resulta inverosímil, pero enseguida se hace creíble. Porque es una historia protagonizada por seres humanos y sólo los seres humanos son capaces de protagonizar historias así.
DOS

¿Cómo empezar a contar una historia triste? Tal vez haciendo uso de las virtudes del Goo-gle Earth. Arrancar desde arriba, desde el más exterior de los espacios, y comenzar a descender sobre el planeta en un zoom de vértigo: primero Europa, después España, después Santander, después el histórico barrio de Cabildo de Arriba, después un edificio ubicado en el número 14 de la calle Cuesta del Hospital que no sabe que le quedan apenas unos segundos de vida. O sí, porque nadie ha esclarecido aún si los edificios son capaces de pensar. En él, en una de sus buhardillas, se encuentra parte de la familia Colmero: la madre Gumersinda, de 73 años, el padre cuyo nombre desconozco, y su hijo Jesús (también conocido como Chuchi), de 53 años. Y ninguno sabe que les quedan apenas unos segundos de vida. O sí, porque aunque esté fehacientemente probada la capacidad de los humanos para pensar, bueno, a veces pasan cosas tristes.
TRES

Gumersinda le está preparando la cena a Chuchi, quien mira fijo la pantalla del televisor donde varios hombres corren por un campo verde. El asunto –comprendemos enseguida– consiste en meter ese objeto esférico que patean los hombres en dos rectángulos de madera y red perfectamente delimitados en ambos extremos del campo. Una voz que sale del televisor recita sin cesar nombres y apellidos y apodos. A veces grita.
CUATRO

¿Qué cocina Gumersinda? Me gusta pensar que prepara un potaje espeso, ideal para este otoño frío. Gumersinda revuelve despacio el contenido de la olla mientras habla por teléfono con Fran, otro de sus hijos. ¿Teléfono móvil o teléfono fijo? Yo diría que fijo, negro, antiguo, pesado; porque me cuesta imaginar a Gumersinda con uno de esos pequeños y coloridos y radiactivos objetos junto a su oreja. En cualquier caso, el teléfono no es lo importante. Lo importante es lo que le dice Gumersinda a su hijo Fran. Gumersinda –sin saber que serán sus últimas palabras– dice: “Ay, hijo, que la casa se está moviendo”. Y eso es todo lo que Gumersinda alcanza a decir.
CINCO

Porque el edifico –“la casa”, como dijo Gumersinda– se viene abajo ese sábado 8 de diciembre a las 18.10 de la tarde, hora peninsular. Las últimas palabras del edificio en el número 14 de la calle Cuesta del Hospital –no es el primero y todo parece indicar que no será el último edificio que se viene abajo en el histórico barrio de Cabildo de Arriba– son, supongo, algo así como “Crack Crash Kaboom”. Las últimas palabras del televisor bien pueden haber sido “¡Penal! ¡Penal”. No ha quedado rastro entre las ruinas de las últimas palabras de Chuchi y me gusta pensar que el padre es uno de esos tipos duros que no dicen nada desde hace años.
SEIS

Busco el diario de ese sábado 8 de diciembre, miro las páginas con la programación televisiva y veo que a las 22 horas de ese día, por la Sexta, se emitió la retransmisión desde el estadio de San Mamés del partido de Liga que enfrentó al Athletic de Bilbao con el Real Madrid. Ese era el partido que quería ver –llueva o truene o derrumbe– el aficionado Chuchi. Busco el diario del domingo 9 de diciembre y leo la crónica del partido. Ganó 1-0 el Real Madrid. En un párrafo se alude “a la hora tan tardía”; por lo que supongo que el partido –retransmitido a las 22 horas– habrá empezado a las 21 o algo así. Lo que significa que Chuchi era una de esas personas que necesitan de una larga y exhaustiva preparación para ver un partido de fútbol y que a la hora del derrumbe –18.10– no podía estar viendo el partido. Lo que invalida mi poco gracioso chiste sobre las últimas palabras del televisor. ¿Qué estaba viendo Chuchi a esa hora? Vuelvo a consultar la programación: casi todas son películas, pero en el Canal 2 pasaban uno de esos programas maratónicos y deportivos de varias horas. Por lo que lo escrito en el párrafo TRES de esta contratapa y el chiste del párrafo CINCO vuelve a funcionar, más o menos, algo así.
SIETE

Pero llegado a este punto compruebo que no he podido transmitir la verdadera y legítima tristeza de todo este asunto. Compruebo entonces que las historias tristes no admiten trucos formales ni desórdenes metaficcionales. Las historias tristes hay que contarlas en línea recta, sin vueltas, con el gélido y cromado y funcional idioma de las noticias. Y así es como voy directamente a un recorte de El País del martes 11 de diciembre y ahí está la foto de esa pequeña Zona Cero en el barrio de Cabildo de Arriba, Santander, y ahí está también la historia triste. Y la historia es así: Gumersinda Colmero estaba advertida de las posibilidades de derrumbe. De ahí que la familia hubiera pasado la noche del viernes en un piso especialmente habilitado. Pero, problema: no tenía televisor. Por eso Chuchi se negó a abandonar “la casa”. No pensaba perderse el Athletic de Bilbao/Real Madrid. Por eso Gumersinda y su esposo volvieron a la buhardilla del número 14 de la calle Cuesta del Hospital. Por eso murieron todos. Desconozco si se guardará un minuto de silencio por ellos en algún partido de este fin de semana. Quién sabe. Verlo pero no oírlo. Por televisión, claro.
OCHO

“Ay, hijo, que la casa se está moviendo.”
NUEVE

Titular: El empeño por ver el fútbol sepultó a una familia / Los tres muertos de Santander habían vuelto a su casa para ver un partido.
DIEZ

Qué historia triste.

martes, 18 de marzo de 2008

Hoy Benedetti - Amor de tarde


Cuantas tardes uno se queda mirando la nada y añorando la presencia de esa persona que nos hace latir el corazón más fuerte? Bueno, para esas ocasiones nada mejor que leer a este uruguayo que nos emociona con sus palabras. Que lo disfruten!


AMOR DE TARDE

Es una lástima que no estés conmigo


cuando miro el reloj y son las cuatro


y acabo la planilla y pienso diez minutos


y estiro las piernas como todas las tardes


y hago así con los hombros para aflojar la espalda


y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo


cuando miro el reloj y son las cinco


y soy una manija que calcula intereses


o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas


o un oído que escucha como ladra el teléfono


o un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo


cuando miro el reloj y son las seis.Podrías acercarte de sorpresa


y decirme "¿Qué tal?" y quedaríamos


yo con la mancha roja de tus labios


tú con el tizne azul de mi carbónico


jueves, 6 de marzo de 2008

Día Internacional de la Mujer



En una especie de clásico para los que me conocen y una novedad para los que no, escribo estas líneas en los días previos a conmemorarse el Día Internacional de la Mujer. Y nótese que digo, CONMEMORARSE y no CELEBRARSE.

Y esto tiene un motivo, tiene una razón. Sencilla pero no menos dolorosa. La situación de las mujeres ha tenido avances en algunos aspectos pero ha retrocedido en aquellos que considero fundamentales.

Hoy leía en un diario que Argentina está 4º en el ranking mundial de cantidad de mujeres diputadas con casi un 40%, pero también leí que hay 465 mujeres que se suponen atrapadas en la red de trata de esclavas sexuales. Vaya contraste no?

Hace unos meses me puse como objetivo de la lectura bastante intensiva que hago de los diarios, buscar aquellos casos donde quedara en evidencia la ocurrencia de un femicidio. Es tremendo, pero ya llevo más de 40 casos y recién estamos comenzando marzo. Claro que las cifras podrían ser peores, si todos los casos donde una mujer pierde la vida se sospechara de femicidio en lugar de un CRIMEN PASIONAL.

El día de la mujer conmemora la lucha de las obreras textiles que en 1908 murieron carbonizadas como culminación de una lucha por mejores salarios y condiciones dignas de labor. Hoy, 100 años más tarde, la lucha por un trabajo digno y por la igualdad de oportunidades está vigente. Las mujeres debemos demostrar doblemente nuestro valor para desempeñar algunas tareas, para que quede claro que no solamente podemos llevar adelante un hogar, sino que podemos ser trabajadoras por fuera de nuestros hogares. Pero cuidado!, ese trabajo que desempeñamos debe ser digno, en condiciones de igualdad, con salarios iguales para iguales tareas, sin techos de cristal, sin discriminación ni violencia sexista.

Por eso hoy, compañera/o, a 100 años de los sucesos que dieron un punto de partida a esta fecha te invito a reflexionar y a luchar por la IGUALDAD, la NO DISCRIMINACIÓN y para que ya no sean necesarias en los sindicatos las Comisiones de IGUALDAD DE TRATO Y OPORTUNIDADES.

Y para terminar les repito los deseos del año pasado “Por que el día de la mujer es todos los días. Porque de nada vale el día de la mujer y 364 días de humillación, violencia y falta de oportunidades.”

miércoles, 5 de marzo de 2008

La guayaba

Dejo para que Uds. disfruten un relato de Haroldo Barboza, publicado en el blog de Amante das Leituras. Pido perdón si la traducción no es del todo correcta.
La Guayaba
A pesar de que el verano estaba en sus comienzos, la madrugada del 25 de diciembre no estaba calurosa, probablemente en función de la lluvia fina que perduraba desde el domingo sin causar mayores estragos para los desafortunados. Había una brisa leve que provocaba un suave balanceo del follaje de las decenas de árboles existentes en aquel barrio de casas en construcción. La parte comercial estaba lista desde setiembre y ya atendía regularmente a los habitantes que durante el día aparecían en el lugar para construir sus futuras residencias.
Solamente los postes de luz localizados en las esquinas estaban encendidos. Permitían vislumbrar los esqueletos de las construcciones en su fase final. Tres casas ya estaban habitadas y mantenían sus luces eléctricas encendidas durante la noche, ayudando en la iluminación de la calle aún mal asfaltada. En menos de cuatro meses todas las 48 casas deberían estar habitadas.
El viejito de la barba blanca pareció surgir de la nada. Estacionó y descendió del vehículo medio desarmado por el peso que cargaba. Soltó los animales para que ellos bebiesen agua de los pozos existentes en el lugar. Se sentó, se sacó las pesadas botas y ejercitó los dedos de los pies con velocidad. Debido al fuerte olor a queso que exhalaban, se levantó para dejar las narices lejos de esta fuente que le traía hambre. Oyó el ruido de la ruptura de la tela en la parte trasera del pantalón marrón. En verdad habían sido rojos. Pero la acumulación de polvo a lo largo de meses sin lavarlos escondieron el verdadero color. Al llegar a su casa haría las costuras necesarias.
Descalzo, comenzó a pasear por el lugar. Paró frente a la primera casa, con dos pisos. Permitía percibir que se trataba de gente adinerada. Jardín bien cuidado, dos autos modernos en el garage, piscina, parrilla y otros conforts. Percibió la media rosada en la cerradura del portón dorado y se acercó. Tiró de la punta del papel que mostraba letras de computadora y leyó su mensaje editado.
“Papá Noel! Te pido que la empresa asociada de papá tenga sus acciones desvalorizadas para que él pueda comprarlas a precio bajo y pase a dominar el mercado de acciones en toda América del Sur el año próximo. Así podré realizar mi viaje soñado a Suiza, que me hará muy feliz! Besos de Anita, 10 años”
El barbudo sacó su bella lapicera dorada que heredó de su padre y escribió en el reverso de la hoja:
“Pequeña Anita! Pídele a tus padres que dejen de hablar de negocios en las noches que cenan juntos. Hablen sobre tu día en la escuela o tus aventuras con tus compañeros. Pídeles ayuda en tus tareas escolares. Díles que te gustaría ir a la iglesia los domingos y visitar niños en orfanatos dos veces por año. Serás feliz cuando puedas ayudar a los necesitados. De tu amigo PN.”
Salió de allí medio malhumorado y dobló la esquina. La segunda casa era un estilo más modesto con apenas un piso, sin parrilla, sin piscina y un auto con cinco o seis años de uso. El portón era de madera. La media era de un tejido más popular y la carta estaba escrita en máquina de escribir.
“Amigo Papá Noel! Como soy uno de los últimos de la clase y será difícil estudiar para conseguir un buen empleo, hacé que mi papá gane él sólo un premio en la lotería federal para que yo no tenga que vivir practicando deportes y frecuentando fiestas con las lindas chicas del vecindario. Abrazos de Juca, 14 años”.
La mano del barbudo no perdió tiempo en anotar la respuesta en el reverso de la nota:
“Iluso Juca! Empezá a frecuentar los bailes una vez por mes. Si juegas a la pelota dos veces por semana vas a poder mantener un buen físico para atraer a futuras candidatas a su amor. Dormí temprano y prestá atención en clases. Dentro de cuatro meses vas a percibir que tu rendimiento escolar mejora más allá de lo esperado. Con esto el futuro te abrirá las puertas a diversas oportunidades para que puedas escoger un buen premio y crear un buen patrimonio financiero. De su amigo, PN”
Llegando al final de la calle, la parte menos agraciada del barrio, observó que las tejas de la casa tenían rojos de diferentes tonos. No existía portón de entrada, apenas una tapia de madera apoyada sobre el portal. En lo que parecía un garage, dos bicicletas. En la punta de un gajo de la guayabera bien cuidada se balanceaba una media negra remendada con hilo azul que contenía un pedazo de papel de envoltorio amarillo escrito a lápoz, con letra firme.
“Dulce Papá Noel! Si tienes hambre puedes comer la más grande guayaba que coseché ayer. Está envuelta en una bolsa de plástico atrás del medidor de luz. Te agradecería si pudieras hacer que mi papá conserve su empleo para que pueda así terminar nuestra casita. La próxima semana voy a cumplir siete años y voy a traer a mis amigos aquí para una pequeña fiesta. Cada uno va a traer un plato de dulces y salados. Mamá va a preparar las bebidas. Se pudieras venir, sería mi mejor regalo. Quiero que conozcas mis poesías y a mí gato Samuca. Ahora ve a entregar los regalos, no dejes a los niños esperando por vos. Cuidado con la tapia, que no se caiga. Puede entrar algún perro y no se llevan muy bien con Samuca. Besos de tu fan, Bianca, 6 años.”
Las lágrimas no le impidieron la redacción de una mano temblorosa y arrugada en el reverso del papel:
“Dulce Bianca! Estoy seguro que serás cada día un poco más feliz. Por el momento te dejo esta lapicera como regalo de cumpleaños. Continúa escribiendo cosas dulces con ella. Si Dios lo permite, estaré aquí la próxima semana con mis amigos Diogo y Diana que van a adorar jugar con Samuca. Tu eterno amigo, PN”.
El viejo hizo el trayecto de vuelta con el corazón de fiesta. No todo estaba perdido. Se volvió a poner las botas, desató el vehículo que había atado a un poste y dio un leve silbido para los dos perros que descansaban a un costado de un tacho de basura.
- Vamos Diogo y Diana. Vengan a ayudar a su cansado amigo Pedro Nunes a empujar este carrito hasta el depósito de papeles. La noche fue muy generosa. Conseguí más de 150 kilos de material. Dentro de cinco días vamos a tomar un baño porque tenemos una fiesta. Quieren un pedazo de guayaba?
Haroldo P. Barboza