jueves, 30 de septiembre de 2010

Saramago dixit

Malos tratos

Por José Saramago

En líneas generales se me conoce como pesimista. Pese a lo que alguna vez haya podido parecer, dada la insistencia con que afirmo mi radical escepticismo sobre la posibilidad de alguna mejora efectiva y substancial de la especie en aquello que en tiempos no muy distantes se llamó progreso moral, preferiría ser optimista, aunque fuera sólo para conservar la esperanza de que el sol, porque ha nacido todos los días hasta hoy, nacerá también mañana. Nacerá, pero llegará también el día en que se acabe. El motivo de estas reflexiones de apertura es el mal trato conyugal o extraconyugal, la insana persecución de la mujer por el hombre, sea marido, novio o amante. La mujer, históricamente sometida al poder masculino, ha sido reducida a algo sin mayor utilidad que la de ser criada del hombre y simple restauradora de su fuerza de trabajo, e, incluso ahora, cuando la vemos por todas partes, liberada de algunas ataduras, ejercer actividades que la vanidad masculina presumía que eran exclusivas del varón, parece que no queremos enterarnos de que la abrumadora mayoría de las mujeres siguen viviendo dentro de un sistema de relaciones poco menos que medievales. Son apaleadas, brutalizadas sexualmente, esclavizadas por tradiciones, costumbres y obligaciones que ellas no eligieron y que siguen manteniéndolas sometidas a la tiranía masculina. Y, cuando llega la hora, las matan.

La escuela finge ignorar esta realidad, lo que no puede sorprendernos si pensamos que la capacidad formativa de la enseñanza se encuentra reducida al cero absoluto. La familia, lugar por excelencia de todas las contradicciones, nido perfecto de egoísmos, empresa en quiebra permanente, está viviendo la más grave crisis de toda su historia. Los Estados parten del exacto principio de que todos tendremos que morir y de que las mujeres no podrían ser excepción. Para algunas imaginaciones delirantes, morir a manos del marido, del novio o del amante, a tiros o a navajazos, tal vez sea la mayor prueba de amor mutuo, él matando, ella muriendo. Para las tinieblas de la mente humana todo es posible.

¿Qué hacer? Otros lo sabrán aunque no lo hayan dicho. Puesto que la delicada sociedad en que vivimos se escandalizaría con medidas de exclusión permanente para los autores de este tipo de crímenes, por lo menos que se agraven hasta el máximo las penas de prisión, excluyendo drásticamente las reducciones de pena por buen comportamiento. Por buen comportamiento, por favor, no me hagan reír.

Los duelistas


Por Juan Forn

El año es 1975. Un oficialito de la Fuerza Aérea venezolana está haciendo en Francia un curso de mecánica sobre los Mirage que su país acaba de comprar. Se aburre como una ostra en la base de Creil, a 70 kilómetros de París, hasta que una amiga de amigos de Caracas acude en su ayuda: lo invita a una fiesta de una compatriota que ha terminado sus estudios en la Sorbona. El oficialito se va de la base sin pedir permiso; es tarde cuando llega a la fiesta en París, donde no conoce a nadie. Alguien toca una guitarra, una pareja baila abrazada, por todos lados hay vasos de plástico con restos de vino. De pronto llaman a la puerta dos policías de civil escoltando a un argelino. Preguntan por un tal Carlos, quien sale de la cocina a recibirlos en impecable francés. El argelino se exalta al verlo. Los policías piden a Carlos sus papeles y éste informa que los tiene en su chaqueta. Parte al único dormitorio del departamentito a buscarlos. El argelino se pone muy nervioso. Los invitados contemplan la escena, más inquietos que curiosos ya, cuando el tal Carlos vuelve de la habitación con una pistola en la mano, dispara primero a la cabeza del argelino, luego a la de cada uno de los agentes y, antes de que las víctimas terminen de caer al piso, salta por encima de ellas para huir escaleras abajo.
 
El oficialito sale pitando detrás: sabe que su destino en la Fuerza Aérea venezolana depende de que logre desaparecer de ahí antes de que lleguen más policías. A tal velocidad baja las escaleras que llama la atención de Carlos, quien gira en seco, lo encañona y está por apretar el gatillo cuando el oficialito alza las manos y grita: “¡Pas de culebra avec tois, pana! ¡No me quemes, por favor!”. Carlos baja la pistola y desaparece. El oficialito corre en dirección contraria por las calles, para un taxi y paga una fortuna para que lo lleve hasta la base en Creil. A la mañana siguiente logra permiso para abordar un Hércules que transporta carga a Venezuela. Entretanto, la policía francesa no necesita presionar mucho a los asistentes a la fiesta para que la chica que invitó al oficialito identifique con nombre y apellido al hombre que huyó de la escena del crimen junto con el asesino. Al aterrizar en Caracas, el oficialito es detenido por pedido de la Sureté. Permanece siete meses preso, sometido a interrogatorio diario, hasta que los franceses se convencen de que no tiene ningún vínculo con Carlos, alias “Illich Ramírez Sánchez”, alias “El Chacal”, el terrorista más buscado por la Interpol, el hombre que había asesinado a aquellos dos policías y al argelino que lo había entregado en esa fiesta.

Mi amigo Ibsen Martínez dice que a lo largo de los años se ha cruzado con no menos de cinco mil personas en Caracas que juran haber estado aquella noche en el microscópico departamento de la rue Touillon. Todos lo cuentan igual: el baile languideciente, la llegada de los policías, los tres disparos acertando justo entre las cejas de los dos policías y del soplón argelino (que en realidad era libanés, se llamaba Michel Moukharbal y había sido compañero de Carlos en la célula parisina del Frente Popular de Liberación Palestina), Carlos saltando por encima de los cadáveres y huyendo, y un día después recibido como un héroe en Beirut por haber ajusticiado al traidor Moukharbal. Según Ibsen, la mejor manera de saber si dicen la verdad es si mencionan al oficialito: el que no lo vio desaparecer por las escaleras detrás de Carlos, no estuvo. El oficialito fue finalmente exonerado pero, para su desconsuelo, terminó expulsado de la Fuerza Aérea. Tuvo unos años difíciles hasta que terminó piloteando un biplano de fumigación en la sabana venezolana, trabajo en el que conoció a Ibsen, que también supo ser piloto antes de convertirse en escritor de telenovelas. El oficialito conserva un rencor inextinguible hacia el hombre que truncó su carrera, y convierte a Ibsen en depositario de sus confidencias: a lo largo de los años siguientes, cada vez que devela algo nuevo sobre Carlos, visita a mi amigo para contárselo con pelos y señales.

Ibsen, en tanto, gana cartel escribiendo telenovelas mientras en secreto anhela escribir novelas a secas. Un día lo invitan a un congreso sobre su rubro, en una universidad en Barcelona. Se aburre tanto en el congreso que se toma un tren a Blanes, donde ha oído decir que vive Roberto Bolaño. En Blanes va de bar en bar preguntando por el escritor chileno, hasta que de puro pedo consigue la dirección, le toca el portero eléctrico a Bolaño, dice que es un admirador venezolano y, para su sorpresa, Bolaño baja fumando y se pasa la tarde con él: un par de días antes ha terminado de corregir las pruebas de Los detectives salvajes y no está con ánimo de trabajar en nada. En el curso de la tarde, cuando Ibsen desemboca en la historia del oficialito y el terrorista, Bolaño deja por un momento de fumar y murmura: “Deberías escribir eso”. Y le cambia para siempre la vida (años después, cuando el chileno, ya famoso, ganó el Rómulo Gallegos, y fue a Caracas a recibirlo, y le preguntaron qué escritores venezolanos valoraba más, dejó atónitos a todos contestando: “Ibsen Martínez”).

El ex oficialito le ha repetido muchas veces a Ibsen que lo único que espera de la vida es que algún día el mundo sepa qué clase de terrorista de pacotilla supo ser su némesis. Carlos fue atrapado y juzgado en Francia en 1997, donde hoy cumple cadena perpetua en confinamiento solitario, no por sus operativos revolucionarios, sino por el asesinato de aquellos dos policías y el soplón. El ex oficialito dice que la CIA y el Mossad adjudican erróneamente a Carlos toda clase de atentados, desde la masacre de atletas israelíes en Munich ’72 hasta el Boeing de Air France desviado a Entebbe en 1976. Sólo es posible que haya participado en el secuestro de los líderes de la OPEP en Viena en 1975, operación que culminó con un rescate de 50 millones de dólares que Carlos adujo que se perdieron y por eso fue expulsado del FPLP y declarado persona no grata en todo Medio Oriente. Por esa razón terminó refugiado en el Sudán, donde un día debió operarse de una hernia, momento que los sudaneses aprovecharon para venderlo, aún dopado por la anestesia, a los servicios secretos franceses, quienes se lo llevaron clandestinamente a su país y allí lo juzgaron con gran despliegue. Carlos no se quedó atrás: contrató a Jacques Vergés, el abogado que defendió a Klaus Barbie y a Milosevic, después lo reemplazó por su segunda, Isabelle Coutant-Peyre, con quien terminó casándose “simbólicamente” (no tiene derecho a visitas conyugales). Desde entonces pide ser repatriado a Venezuela para cumplir su condena.

Las últimas noticias que me pasa Ibsen (que lleva años escribiendo esta saga en un libro que se llamará Biplanos, porque en cada capítulo hay un avión) es que el ex oficialito ya está pensando qué hará exactamente cuando quede frente a frente con su némesis, en el caso de que Hugo Chávez logre repatriar a Carlos. Entonces tendrá lugar el último capítulo de esta historia que, como bien le dijo Bolaño a Ibsen aquella tarde en Blanes, es un duelo hasta la muerte, lento pero inexorable, que lleva 35 años de silencioso desarrollo y alcanzará su culminación cuando Ibsen nos lo cuente en Biplanos.

Lo leí por ahí

“Cuando un hombre y una mujer se besan, es el comienzo de un asunto espiritual, no sólo físico. La cama no es más que una continuación horizontal de la conversación”. Ignoro si el graffiti sigue ahí y si el Isaac Singer Boulevard sigue siendo la calle preferida de las prostitutas del barrio.

Y entonces, que me dicen?

Un mapa a la derecha por favor!

Ok, soy consciente que en este mundo globalizado y cambiante, los límites geográficos son cada día más volátiles, casi vagos, digamos. Hoy EEUU puede considerar su patio trasero a América Latina, o bien entender que una situación tensa en Irán o Irak los afecta directamente en lo que política interna respecta. Pero creo que los muchachos de INFOBAE están más que perdidos y si no me creen, miren la noticia que les pego acá abajo:

El tropezón de la estrella


Mariah Carey se cayó en pleno escenario en Singapur.  Luego de reirse un rato, le echó la culpa a sus tacos.

La cantante Mariah Carey ya nos tiene acostumbrados a su torpeza y, una vez más, volvió a caerse en el escenario de su show en Singapur.

La estrella estaba cantando el tema Make It Happen cuando hizo un mal movimiento y terminó en el piso, donde fue asistida inmediatamente por sus bailarines.

A pesar del percance, Carey siguió bailando y cantando durante una hora y media totalmente descalza.

Más tarde, la intérprete escribió en twitter: : "Quiero tanto a mis fans en México! Sí, varios momentos agitados, pero traté eso de la mejor manera. Que el amor de Dios los bendiga!".

Contacto y ascenso

Y entonces, como era, por capacidad pura no?
ejem!

Según un estudio los hombres ascienden más, gracias a sus amigos. Saben aprovechar mejor los contactos

Evangelina Himitian

LA NACION

Un prejuicio machista, bastante aceptado socialmente, indica que las mujeres progresan en sus trabajos gracias a sus encantos. Sin embargo, un estudio recientemente publicado en los Estados Unidos señala que las cosas son exactamente al revés: son los hombres quienes recurren con mayor frecuencia a sus contactos personales -léase, a sus amigos- para lograr ascensos laborales.

Más del 70% de los hombres que ocupan cargos directivos reconocieron haber contado con el apoyo de un amigo para promocionarse hasta ese puesto, mientras que sólo lo hizo el 59% de las mujeres. Para ellas, en cambio, el papel de los amigos es brindar apoyo moral.

Los datos surgen del estudio "¿Con un poco de ayuda de mis amigos?", presentado anteayer en Atlanta por la investigadora Gail McGuire, de la Universidad de Indiana South Bend, que entrevistó a 5600 empleados de una de las organizaciones de servicios financieros más grandes de Estados Unidos, aunque no se reveló cuál.

El trabajo indagó en un aspecto poco abordado en este tipo de investigaciones de género: cómo influyen los contactos informales en el ascenso laboral. "Son la verdadera fuente de la desigualdad", apuntó McGuire.

William T. Bielby, otro investigador, aportó: "Ascender se consigue en parte por los contactos informales y a esto contribuye tener entre los amigos a personas de alto estatus".

En la Argentina, las mujeres ganan en promedio el 24% menos que los varones en iguales posiciones. Sólo el 4% de las que trabajan desempeñan cargos directivos: menos de la mitad de la proporción de hombres activos que llegan a puestos de conducción, que es del 9 por ciento, según un reciente informe del Centro de Estudios Mujeres y Trabajo de la Argentina (Cemyt), que depende de la Federación de Trabajadores de la Industria.

"Los hombres llevan mucho más tiempo que las mujeres en el ámbito laboral; entonces, se mueven con mayor naturalidad. En cambio, las mujeres, que sólo hace 50 años que se integraron al mundo laboral, y quizá como para contrarrestar los prejuicios machistas, crean como dos mundos: uno es el del ámbito privado y otro, el laboral, y evitan que se mezclen", consideró Harry Campos Cervera, miembro titular en Función Didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina.