jueves, 10 de enero de 2008


El “acumulador” de la tumba
(traducción libre de un cuento de Morgana Pessoa -
http://morganapessoa.blogspot.com/)

Tenía la nariz como Pinocho y gustaba de la música. Por donde andaba, estaba siempre con un audífono escuchando música en su moderno y mínimo walkman. Era un sujeto raro. No se quedaba quieto. Siempre viajando de un lado para otro, buscando cosas, sentimientos y todo lo que pudiese guardar para su reserva, para su futuro, como hacemos con los buenos vinos en una cava.


Pero él no tenía una cava. Los vinos él no los guardaba, bebió todas las botellas en la misma hora que las tuvo frente a frente. Hasta se emborrachaba. El resto de las cosas y los sentimientos, por el contrario, el “acumulador” comenzó desde temprano a encerrarlas en su tumba, que en honor a la verdad no era más que una habitación pequeña sin puertas ni ventanas, totalmente hermética, cerrado con cemento y tejas. Cada vez que él obtenía cosas o sentimientos, abría un hueco en la pared y las guardaba. Estaba haciendo las reservas, se justificaba. Un hombre tiene que tener sus reservas, a fin de cuentas no puede estar siempre pendiente de un hilo. Sólo que el tiempo pasó y el hombre con nariz de pinocho fue envejeciendo, sordo y cansado de los viajes, cansado de buscar cosas y sentimientos. Ya tenía muchas, no cabía nada más en su tumba. “Es hora de parar” – pensó – “y disfrutar de las cosas y sentimientos que guardé”. El “acumulador” abrió nuevamente un agujero en la pared y entró en su tumba para comenzar a usufructuar, cansado, pero feliz. Había obtenido muchas cosas. Era mejor cerrar nuevamente para que nadie entrase e intentase sacarle todo aquello que había, con tanto esfuerzo, guardado. Con cemento y tejas, se encerró dentro de la tumba con sus cosas y sentimientos.


Primero fue a buscar las cosas y percibió que estaban destruidas por el tiempo o comidas por los insectos. Buscó los sentimientos, guardó tantos durante tanto tiempo ... alguno tenía que haber sobrado ... Pero no. Dentro de su tumba, los sentimientos sin vida para alimentarlos, estaban aniquilados, fríos y muertos. Él no sentía más nada. El hombre que no sentía más nada pensó que todavía tenía para si la música, pero que tan viejo estaba sordo y apenas conseguía escuchar las bellas notas agudas y todas las músicas le parecían tan graves, tan sombrías que comenzó a temer de ellas. Se vio en el medio de tantas cosas inútiles, de tantos sentimientos perdidos, con su nariz de pinocho, encerrado en su tumba. Miró para los lados buscando una botella de vino que pudiese darle alguna alegría, pero no había guardado ninguna para ese momento ni para ningún otro. Y estaba solo. No había en todas sus idas y venidas conseguido guardar para si lo que es más importante en esta vida: las personas para nuestro regreso, las personas que encontramos por el camino, las personas del mundo entero.

En esta Navidad piense en eso. Guarde por lo menos una persona que esté a su lado y una buena botella de vino. El resto, déjelo en la tumba.